Hace más de
dos décadas, mi trabajo me puso en contacto directo con turistas de habla
alemana. Fue una época fascinante que me permitió observar de cerca sus
virtudes y, al mismo tiempo, entender algunas de sus limitaciones. Rápidamente,
me di cuenta de que la idea de un país perfecto o una sociedad ideal es solo
eso: una idea. Al fin y al cabo, todos, sin excepción, lidiamos con nuestras
propias emociones y con las complejidades de nuestras estructuras sociales,
estén a la vista o no.
Recuerdo muy
bien que muchos turistas llegaban a Buenos Aires con una necesidad palpable:
querían bailar tango. Al principio, esa urgencia me intrigaba; no terminaba de
entender qué los/as impulsaba tanto. No obstante, después de muchas charlas
profundas sobre Argentina y sus lugares de origen, "la ficha cayó".
Comprendí que lo que realmente buscaban era reaprender a conectar con el otro.
Su verdadera intención era volver a sentir la energía de otra persona cerca.
Parecía que en
nosotros, los argentinos, encontraban una especie de facilidad innata para
establecer esas conexiones, para romper barreras y tabúes. Y el tango, sin
duda, era la prueba viviente de ello en cada paso y cada compás. El abrazo, tan
a menudo olvidado o infravalorado en sus propias sociedades, los transportaba a
un universo de sensaciones y emociones que, me decían, era imposible de
imaginar en sus culturas.
Aún tengo en
mente vívidamente a una pareja de Múnich que me confesó que viajaban a Buenos
Aires cada año. Su objetivo era simple: no olvidar su propia esencia ni la
profunda conexión que el tango les ayudaba a mantener. "¡Es como una
terapia!", me comentaban con una sonrisa. Otro turista de Zúrich, por su
parte, me explicó que bailando tango encontraba la posibilidad de conectar con "la mujer", una parte que sentía que se había perdido o desatendido en su país de
origen. Eran historias que se repetían, cada una con su matiz, pero siempre
girando en torno a esa búsqueda de algo que solo el tango y Buenos Aires
parecían ofrecerles.
En definitiva,
esas apasionantes conversaciones reafirmaron una certeza en mí: el tango no es
solo un baile. Es un idioma universal que permite a las personas explorar y
recuperar aspectos olvidados de sí mismas y de su humanidad. Y Buenos Aires, a
través de su tango, se convierte en ese refugio donde el abrazo vuelve a tener
sentido, donde la conexión es tangible y donde, por un instante, las almas
pueden danzar libremente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Te leo!